LAICADO DOMINICANO OP

La Orden de Predicadores (dominicos), o familia dominicana, surge con un ardiente deseo, con un propósito firme, liderado por su fundador, Domingo de Guzmán, y es anunciar el Evangelio de Jesucristo a todos los hombres y mujeres del mundo, con el fin de salvar sus almas. El propósito se asienta en el origen de lo dominicano que es Domingo de Guzmán, se asienta en el carisma de la predicación que recibió Domingo de Guzmán en su tiempo y que ha marcado o marca la forma de vivir, de pensar de predicar a la familia dominicana. Pues esta gran familia está configurada por cinco grandes grupos que colaboran juntos por un mismo objetivo con aire de familia, de comunión, a saber: Frailes, monjas contemplativas, congregaciones de hermanas, Fraternidades laicales, Fraternidades sacerdotales y Movimiento Juvenil Dominicano. En este artículo queremos subrayar el papel de los laicos en esta gran familia, de las personas que han profesado en la Orden como laicos.

Los laicos de la Orden de Predicadores recibieron del Maestro fray Munio de Zamora su primera regla de vida en 1285, pocos años después de la fundación de la Orden. Los laicos, por tanto, no se limitaron a ser destinatarios de la predicación, sino que desde muy pronto se sintieron llamados a ser parte activa de la misma. Es este un acontecimiento especialmente relevante si tenemos en cuenta el momento histórico en que Sto. Domingo funda su Orden.

El dominico laico es un dominico de cuerpo entero. Comparte sin reservas la vida y la misión de la Orden. No es en ningún caso un menor de edad ni ocupa un nivel inferior en la Orden. Es una modalidad propia de ser dominico. Me gustaría que el lector sepa que soy profeso solemne, pronto seré ordenado de diacono y, si Dios quiere, pronto también, recibiré el orden del presbiterado. ¿Qué privilegios me otorga la ordenación? No hay tal privilegio. Sólo hay servicio y entrega. ¡Ojalá sea siempre así con la ayuda de Dios!

Ciertamente la vocación auténtica es una llamada de Dios que resuena en la propia entraña, a veces fuerte, a veces, como un murmullo, otras como un dolor, pero siempre a través de coyunturas humanas, sea la inquietud del alma que no cesa, sea encuentros aparentemente fortuitos. ¿Por qué no cesa este desasosiego de mi vida , este anhelo que me empuja a seguir caminos que no me llevan a una posada confortable sino que se prolongan sin término. Así es la vida dominicana que he abrazado. Así es la vida dominicana que muchos pretendemos seguir.

¿Por qué dominicos? ¿Participamos enteramente del espíritu de la Orden? Hay que asentir sin reservas. Y el camino que les ha llevado a la Orden ha seguido trazos diferentes. ¿Puro azar? ¿No será que los caminos de Dios son inescrutables y que escribe recto con líneas torcidas?

En primer lugar, una familia. Los esposos se entregan por amor Y por amor Dios les regala los hijos que ven la luz del día. Aquí arranca la experiencia dominicana. Los esposos crecen en su amor y abrazan a sus hijos para que crezcan físicas, intelectuales y en valores humanos y cristianos que han de visualizar en sus padres. Desde el hogar se amplía el círculo a la familia, a los vecinos, a cualquiera que se encuentra en el camino de la vida. Es la primera escuela de vida comunitaria y de oración. De ahí ha de extenderse a otros grupos y, sobre todo, a nuestra familia dominicana. 

¿Dominicos? Hay que crecer en la formación y vivir con pasión el amor a la verdad. Vivir en la verdad. La verdad os hará libres. De modo que con el testimonio evangélico, con un talante dialogante y una palabra que dé aliento y alimente en nuestros hermanos el deseo de creer en Jesús, el Señor, y que reciban hasta en el último rincón de su alma, la fe y el amor a ese Jesús del Evangelio cuya ausencia nos hace tan desdichados.

Y, particularmente, un rasgo indeleble en nuestro Padre Santo Domingo, la compasión. Sufrir en la propia carne el dolor de los otros: cercanos, lejanos. ¿Olvidaremos alguna vez que llevamos sobre nuestras espaldas el sufrimiento del mundo? Dostoievski escribió que todos somos culpables y yo más que ninguno. Es una gran verdad: todos somos responsables del dolor que anida en nuestro mundo. Y algo podemos hacer para cambiarlo. Desde los compromisos sociales y políticos. Y también desde nuestra vida cotidiana, paso a paso, de persona a persona, un gesto, un trozo de pan, una mano tendida... La vida del laicado dominicano se caminar en la calle, en medio de incertidumbres, pero con toda determinación. La calle es también nuestro hogar, como lo es Malabo, Puerto Maldonado…